Cuanto menos necesitas, más feliz eres.

¿Qué es la felicidad?

La felicidad no es solamente estar bien. Tiene que ver con tolerar distancias, emociones desagradables y también con asumir limitaciones. Asumir que no somos tan libres como pensábamos y que hay cosas que no podemos tener. La felicidad va de la mano de asumir, de aceptar, y de ceder espacio a lo que no tenemos. Ser feliz, no es algo que consigamos en un momento dado de nuestra vida y se ha acabado, habrá épocas o capítulos de la vida en los que nos encontremos más felices y otros en los que estemos bastante peor. Eso no implica que tengamos que definirnos como infelices, que nos asusta una barbaridad. La gran pregunta de ¿Pero, tú eres feliz? No sé. Depende, claro. Poder definirnos como personas felices implica hacer una evaluación global de todo, de nosotros mismos, trabajo, familia, pareja, sexualidad, etc. Empezando por asumir que tenemos distintas identidades, que no solo somos uno, y que hay una parte de nosotros que puede estar feliz, y otras partes que no.

Cuanto menos necesitas, más feliz eres. Se trata de tener cosas importantes y en dosis suficientes.

¿Qué necesitamos para ser felices? ¿Hay una fórmula mágica?

No existe una fórmula mágica. Lo principal es intentar alejarnos de definiciones excesivamente estancas de lo que es la felicidad, y de la palabra necesidad, que suele convertirnos en bastante infelices, porque entendamos que necesidades tenemos muy poquitas. Y si asumimos y aceptamos esto, yo creo que podríamos ser bastante más felices. Cuanto menos necesitas, más feliz eres. Se trata de tener cosas importantes y en dosis suficientes.

Una “casa feliz” debe tener en cuenta temas de economía, antropología, sociología, infraestructura… Y si hablamos de psicología, lo óptimo sería tener espacios diferenciados para cada tarea. Una cocina independiente, un espacio para dormir, una zona de reunión…

De hecho, para que la casa sea Felisa, tenemos que asumir que no será cien por cien maravillosa, que será suficientemente feliz. Deberá llegar a unos mínimos, y para ello, el diálogo se tiene que articular con otras disciplinas que lo hagan posible.

Y no intentar sustituir con excesiva tecnología acciones que perfectamente podemos hacer nosotros mismos, y que incluso benefician a nuestra salud. El cerebro es un músculo y también puede enfermar, hay que mantenerlo activo. Si tienes en casa un robot que te soluciona todo, tu capacidad para resolver problemas se verá mermada.

La tecnología nos puede ahorrar tiempo, pero lo importante es saber en qué inviertes esos minutos extra, ya que hay actividades que no deberíamos delegar, como ir a la compra o cocinar.

No existe una fórmula mágica. Lo principal es intentar alejarnos de definiciones excesivamente estancas de lo que es la felicidad.

¿Qué papel juega la alegría en nuestra felicidad?

La alegría, es un componente importante, pero no se entiende la felicidad sin ciertas dosis de tristeza y de amargura. Si estamos siempre de vacaciones, siempre alegres, al final nunca estamos ni alegres, ni estamos de vacaciones.

Esto es un reto. Si queremos estar felices tenemos que defender la alegría, pero es muy difícil hacerlo cuando ves que el mundo está del revés, y que culturalmente, no podemos estar alegres si el de al lado está mal. En el mundo pasan cosas que están fuera del control de cada uno. El cambio climático, el volcán de la Palma, el Coronavirus… es un tirón de orejas para la autoestima. Grandes desilusiones que nos arrasan y nos convierten en personas dependientes. O arrimamos el hombro o estamos acabados. Y eso es asumir la dependencia que tenemos de los demás. Y en parte, es darnos cuenta de que, si el resto no tiene Casa Felisa, la casa no es Felisa.

¿Qué piensas de la vida en la ciudad y del término comunidad?

La ciudad está hecha al servicio del mercado no del bienestar psicológico. Y ahora mismo, el principal problema de muchas personas es la aspiración a no vivir más en una ciudad; nos hemos visto muy sometidos, y nuestra idea de libertad ha sido coartada. Además, a muchas personas la ciudad que tenemos no nos gusta porque todo son prisas, ruido, contaminación, desvinculación… Estamos más desconectados que nunca.

Tenemos la ilusión de ser individuos autosuficientes, pero la realidad es distinta, hay una parte de nosotros que quiere relacionarse, que quiere compartir y crear comunidad. Pero tenemos un tiempo limitado, unas 8 horas para relacionarnos, y tenemos que seleccionar entre demasiada gente. De modo que la comunidad se reduce, y cada uno se crea su burbuja, su micro comunidad con sus amigos, su pareja. Es un gran esfuerzo para todos, ya que tenemos demasiadas distracciones, redes sociales, Netflix… y preferimos eso ha relacionarnos directamente y conocer a otras personas.

¿Qué piensas de la eco ansiedad?

Es la ansiedad más adaptativa que podemos tener en este momento. La ansiedad indica un peligro, y aquí hay un peligro enorme. El problema es que es una ansiedad aplazable, ya que tenemos información muy ambigua e incluso desinformación. Y realmente, son problemas medioambientales y sociales reales que ya no podemos tapar más, y esta ansiedad solo se mitiga realizando acciones. Si no tenemos en mente que debemos cambiar nuestro estilo de vida y que debemos actuar, mal vamos.

¿Cuánta gente ha visto en Netflix los documentales sobre el cambio climático? Porque verlos solos genera muchísima ansiedad, angustia, tristeza y miedo. Y nos provoca estas emociones porque lo vemos desde la individualidad, si tuviéramos la sensación de comunidad y de que en conjunto podemos actuar no nos sentiríamos tan indefensos.

Desde lo psicológico, la clave para tejer un cambio es una reacción en cadena, conjuntos de acciones individuales que se contagien al resto. Como diría el proverbio chino, Antes de empezar a cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa.